EL KARMA SIEMPRE TRIUNFA
Sus
pisadas se clavaban sobre el césped húmedo de aquel parque próximo a la
urbanización donde vivía. Tras su paso, la verde hierba se teñía de rojo por la
sangre que manaba abundantemente de sus múltiples heridas, en su deambulante
caminar. A pocos metros se hallaba una zona de juegos infantil, cuya periferia
estaba cercada por una valla metálica pintada en llamativos colores. Allí había
muchos niños de pequeña edad, jugando en los columpios. El día era primaveral,
con unas pequeñas nubes que rasgaban el cielo azul. Eran las 10:42 horas de la
mañana.
Se
trataba de un hombre de mediana edad, cuerpo atlético, el pelo muy corto, negro.
1.80 metros de estatura. Vestía ropa y zapatillas deportivas que estaban
cubiertas de su propia sangre, dando una imagen realmente terrorífica. La cara
desencajada por el dolor y su vista muy nublada. Se encontraba aturdido y
asustado. Chocó contra la valla del recinto de juegos y cayó de espaldas de
manera abrupta contra la arena. Las risas de los niños dejaron paso a un
estallido de mar de gritos de terror entre los presentes, alejándose
precipitadamente de aquel lúgubre escenario. Un par de hombres acudieron a
socorrer al desvalido, interesándose por su estado.
-¿
Qué le ocurre?... ¿Se encuentra bien?... – Dijo uno de ellos, encorvándose
sobre el cuerpo del herido, mientras el otro individuo sacó el teléfono móvil
de su bolsillo y marcó apresuradamente el “112”.
-¡Ayuda!…
¡ Por favor, ayuda… ! – apenas se le podía escuchar con un hilo de voz muy
débil, falleciendo en ese mismo instante.
Media
hora después, la zona había sido acordonada por la policía. El inspector Santa
María y su ayudante Riego, llegarían a la escena.
Uno
de los agentes se acercó a los inspectores:
-Confirmado, señor. Es él. – Le
dijo el agente de policía.
-Santa María descorrió la sabana
que cubría al cadáver.- Si, efectivamente… Es él. – Volviéndolo a tapar.
-Pues caso resuelto. – Riego le
guiñaba un ojo a Santa María.
Aquel
individuo que yacía muerto, era Andrés Reinosa, con varios antecedentes por
abusos sexuales, de los cuales, salió indemne, al renunciar sus víctimas
a testificar por temor a su
estatus y poder social. Sus tentáculos llegaban a lugares inimaginables. El
último intento de perversión sexual le salió mal. Aquella mañana salió de su
domicilio temprano, con la excusa a su mujer de hacer deporte. En realidad, su
propósito endiablado era visitar a la camarera de un bar cercano que acechaba
desde hace tiempo. Ella era una joven muy atractiva que se encargaba cada
mañana de abrir el negocio. Cuando ésta accedió al local, él fue por detrás y
la agarró bruscamente, llevándola hasta la cocina. La muchacha logró coger un
gran cuchillo y se lo clavó en el abdomen. Preso del pánico, Andrés huyo de
allí, sin percatarse de la puerta de cristal, que atravesó, haciéndola pedazos
sobre su propio cuerpo, clavándose varios trozos profundamente.
Aquella
chica del bar puso en conocimiento de la policía lo acontecido poco tiempo
antes.
El
karma había vuelto a triunfar.
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